Repasamos la curiosa historia detrás de la génesis de las cámaras web, un implemento de hardware que nació en manos de un grupo de estudiantes estadounidenses animados por controlar el uso de una cafetera comunitaria. Además, la historia de una mujer surcoreana que cobra un sueldo por mostrar su vida ordinaria delante de una webcam, tendencia particularmente popular en países asiáticos.
Muchos de los objetos, las ideas, los servicios y los productos que nos acompañan a diario exhiben orígenes en verdad singulares si se indaga la historia de su creación y su posterior evolución. Por traer un botón de muestra, el café que bebo mientras escribo estas líneas estira sus raíces hasta el siglo VII d. C. cuando, según cuenta la leyenda más renombrada en torno al origen de esta bebida, un pastor llamado Kaldi cayó en cuenta que aquellas cabras que habían ingerido el fruto del cafeto se mostraban mucho más activas y vivaces que sus compañeras. El pastor decidió probar el sabor del grano y éste le resultó desagradable, entonces lo echó al fuego. Fue en la calidez de las llamas que el fruto soltó su particular y atractivo aroma; Kaldi decidió tostarlo y prepara una infusión, acaso una similar a la que bebo esta tarde del siglo XXI.
Transcurridos más de diez siglos de aquello que se conoce como el “Mito de Kaldi”, el vigor del café aparece como uno de los grandes protagonistas para explicar el origen de la webcam, aquel componente que hoy propicia las videoconferencias y la transmisión de eventos en vivo, principalmente, que en la escena móvil ha mutado en cámaras frontales cada vez más robustas, y que ha derivado en la aparición de softwares especialmente destinados a vincularse con el hardware que protagoniza este repaso, como el célebre Skype o FaceTime de Apple. La historia nos remonta a principios de la década del noventa, cuando trabajadores de la Universidad de Cambridge, en el Reino Unido, dieron forma a la primera cámara web de la que se tenga noticia. El objetivo que perseguían los muchachos: vigilar el estado de una cafetera común y corriente.
En aquel antiguo claustro académico, la jarra de café lanzaba sus vapores en uno de los laboratorios de computación, el cual se conoce como “la habitación troyana” y que, como veremos más adelante, pasaría a la fama gracias a un invento derivado de la cafeína. Aquella cafetera era de uso comunitario, hecho que generaba algunos conflictos internos: como ocurre en muchas oficinas del mundo, era usual llegar hasta aquel laboratorio con el ánimo de servirse una taza de café caliente para enfrentarse con el desencanto de una jarra vacía. Para poner fin a aquel problema, hacia el año 1991 los doctores Quentin Stafford-Fraser y Paul Jardetzky tuvieron una idea brillante: colocar una cámara capaz de transmitir en red imágenes que revelen el estado de la cafetera: llena, medio llena, suficiente para una tacita o fatalmente vacía. Al proyecto le llamaron XCoffe.
Los informáticos de Cambridge no imaginaron que su invento llegaría tan lejos y que años más tarde permitiría entablar reuniones virtuales y conversaciones entre parientes que viven a miles de kilómetros de distancia, entre otros usos que se agradecen. El deseo de un buen café fue el leitmotiv de aquella cámara, piedra fundamental en su segmento: capturaba tres imágenes por minuto, las cuales eran distribuidas en una red interna por obra y gracia de un software específicamente desarrollado para tal fin. Entonces los trabajadores sedientos de café no debían trasladarse hasta la habitación troyana para saber si la jarra entregaría su preciado néctar, bastaba con chequear la última imagen que había tomado el lente enfrentado al electrodoméstico.
Aquel ingenio continuó con su cometido en la universidad británica, para recién convertirse en un producto con ánimos comerciales hacia fines de noviembre de 1993. Aquel salto hay que agradecérselo al doctor Martyn Johnson, entre otros, quien vislumbró en el sistema de vigilancia de la cafetera un mecanismo válido para ser llevado a la gran red, con propósitos más amplios que la mera disponibilidad de café. “Escribí un código sencillo en torno a las imágenes capturadas (…) La primera versión era de tan sólo doce líneas de código, probablemente menos, y simplemente copié la imagen más reciente al receptor donde fuera que estaba ubicado”, explicó Johson, según anota en su repaso BBC Mundo.
Más allá del recorrido comercial de las cámaras web, la de Cambridge (y su cafetera) se convirtieron en objetos de culto y adoración. Una vez que aquellas imágenes de simple vigilancia trascendieron los márgenes de la red interna y fueron puestas en la Web, miles de personas en el mundo accedían a ellas. Los responsables del proyecto cuentan que incluso recibieron pedidos para colocar una luz en aquella habitación para poder seguir el estado de la cafetera durante las noches británicas desde otros países del mundo, y que se organizaron visitas turísticas para conocer en primera persona a la mítica jarra de café y a su ojo vigía. Hacia 1998 ya habían sobrepasado las 2 millones de visitas en el sitio web que transmitía las imágenes.
En 2001 la webcam de Cambridge hizo su despedida y fue desconectada de la corriente. Tal como señala BBC, la última imagen transmitida mostró el dedo de uno de los científicos pulsando el botón de apagado. Una revista alemana, Spiegel, compró la cafetera en una subasta: pagó más de 5 mil dólares por ella. Un despilfarro o una ganga, según el ojo que perciba la escena.
Una completa biografía acerca de XCoffe (en inglés) puede ser consultada en este artículo publicado por el mismísimo doctor Quentin Stafford-Fraser, arriba mencionado. También es posible conocer algunos detalles adicionales en este enlace de la Universidad de Cambridge y acceder a una completa línea de tiempo que revela los periplos del proyecto en este link.
Adicionalmente, eliminando factores en la ecuación, podemos afirmar que aquel invento dio paso a uno de los componentes centrales de la domótica: la vigilancia a distancia, una funcionalidad que retoma la filosofía primigenia de XCoffe, y que ahora es parte de una tendencia en pleno auge, con compañías de peso que se suben a la ola y presentaciones en el segmento que tienen lugar en las ferias de tecnología más relevantes del calendario.
Vivir gracias a una webcam
El uso de las cámaras web como un medio de vida no es precisamente novedoso y se vincula, principalmente, a intercambios inscriptos en el profuso terreno del sexo virtual. No obstante, aquella no es la única tendencia en este terreno. Según informa la agencia de noticias Reuters, en países asiáticos se extiende el denominado “voyeurismo gastronómico”, que consiste en observar a personas degustar comida frente al ojo de una webcam. No es broma.
Para hacerlo es preciso pagar una suscripción; lo hacen mayormente personas que desean escapar de la soledad en países en los cuales se extienden los hogares unipersonales, propensión particularmente evidente en regiones de Asia. Por mencionar un caso, mientras que en 2012 más del 25 por ciento de los hogares en Corea del Sur eran habitados por una sola persona, se espera que hacia 2030 el porcentaje ascienda hasta el 32 por ciento.
Según el reporte, “La Diva” es una de las más afamadas comensales web y recibe una suma cercana a los 9 mil dólares mensuales por comer en forma pública a través de Internet, cifra que se incrementa gracias a las propinas que recibe mientras come. Su verdadero nombre es Park Seo-Yeon y tiene 34 años de edad. “Las personas disfrutan del placer indirecto que les provoca mi show cuando no pueden comer tanto o no quieren comer por las noches, o cuando están a dieta”, cuenta esta mujer a Reuters. ¿Insólito? ¿Inverosímil? El siguiente video entrega una muestra para los más incrédulos.
Según explica la fuente, “La Diva” no es la única que paga sus cuentas mensuales gracias a exhibir actividades de suyo cotidianas frente a una webcam: existen más de 3 mil variantes en esta tendencia que, por carácter transitivo, también debe su origen al café.